Hace más de un siglo que se conoce el poder antigénico del semen humano, es decir, la capacidad del mismo para generar una respuesta inmunitaria cuando entra en contacto con el torrente sanguíneo.
Cuando esto ocurre en el varón (consecuencia de intervenciones quirúrgicas, accidentes, alteraciones inflamatorias, etc), se producen anticuerpos antiespermatozoide (IgA e IgG), capaces de alterar la movilidad de los espermatozoides y, consecuentemente, la capacidad para penetrar el moco cervical, pero también interfieren en la interacción con el oocito.
La
Organización Mundial de la Salud consideró patológico la presencia de un mínimo de 50% de los espermatozoides ligados a inmunoglobulinas A o G. Sin embargo, en los distintos estudios publicados, el punto de corte para considerar positiva la presencia de anticuerpos antiespermatozoide es muy dispar, oscilando entre el 1% y el 80%.
Se sabe que la presencia de estos anticuerpos disminuyen las posibilidades de gestaciones espontáneas y con ciclos de inseminación artificial intrauterina, pero son muchos los trabajos científicos que obtienen resultados contradictorios respecto su influencia en los tratamientos de reproducción asistida.
En un reciente metaanálisis publicado en la revista
Human Reproduction se concluye que tanto la fecundación in vitro (FIV) como la microinyección espermática (ICSI) son alternativas válidas para aquellas parejas que presentan anticuerpos antiespermatozoide en el semen.