Una reflexión sobre la medicina reproductiva
Hablar de reproducción asistida es hablar de una disciplina médica que genera una gran expectación científica y social, pero también una gran polémica en muchos sectores de la sociedad.
Porque hablar de reproducción asistida es hablar de una especialidad que se adentra en el conocimiento del origen e inicio de la vida, y esto se acerca
mucho a una gran ambición de la humanidad: crear vida.
Desde el Golem de la biblia y la mitología judía (ser animado creado de materia inanimada y a la que se le insufla la chispa divina que le da vida pero carece de alma), el homúnculo de Paracelso que fue creado en el proceso de búsqueda de la piedra filosofal, obras de la literatura mundial como el
“Frankenstein” de Mary Shelley o
“El mundo feliz” de Aldous Huxley, la vida artificial y el control de la genética es un clásico del imaginario público y la ciencia ficción.
En los primeros años del desarrollo de las técnicas de reproducción asistida, se dio rienda suelta a la imaginación y en programas televisivos tan supuestamente serios como cabría esperar de los informativos de la BBC británica se adelantaba la noticia allá por finales de los años 70 de que los científicos estaban en condiciones no sólo de fijar un óvulo fecundado en el útero de una mujer, si no desarrollarlo fuera de él hasta el punto de no necesitar para ello el cuerpo de la madre. Se recuperaron del pasado muchas imágenes de la alquimia en la que aparecían figuras humanas en el interior de tubos de ensayo y probetas y, de hecho, a aquellos primeros niños que nacieron tras un tratamiento de fecundación in vitro se les llamó “bebes probeta”, es que resulta más llamativo pensar en un bebé completamente formado y desarrollado en un tubo de ensayo o una probeta
que pensar en dos células que interaccionan en una placa de Petri especial.
Los niños nacidos como consecuencia de estos tratamientos de reproducción asistida eran mirados con recelo, porque estas técnicas se consideraban repugnantes éticamente, se creía que estos niños nacerían con muchas taras físicas o psíquicas y a los pioneros en el desarrollo de estas técnicas se los comparaba con el Dr. Frankenstein.
El poder de la ciencia y de la medicina y que sus hallazgos y sus logros se sitúen siempre por delante de la regulación legal va a despertar siempre un gran temor por un posible uso irresponsable y, de hecho, a lo largo de la historia se han desarrollado corrientes filosóficas, religiosas o éticas que han condenado el alejamiento de la ciencia de la propia Naturaleza.
Y respecto a esto, cabe una reflexión: asumamos que el conocimiento científico y el desarrollo tecnológico han sido importantes para el avance de nuestra especie y de nuestras sociedades.
Y asumamos también que el avance del último siglo en conocimientos en biología,medicina, y genética supera con mucho lo alcanzado antes por el hombre, resultando lógico que en todo este devenir evolutivo de la ciencia surgiera una especialidad que tratara el aspecto reproductivo de las especies.
La medicina de la reproducción humana es una de las especialidades donde se ha producido uno de los avances más importantes, tanto científico como tecnológico, y no sería descabellado pensar que, en reproducción asistida no hacemos medicina del siglo XXI, sino que, en muchos aspectos, estamos iniciando ya la medicina del siglo XXII.
Pero lejos de lo que podríamos pensar que ocurre en un laboratorio de embriología, en él no ocurre nada diferente a lo que se produce en la propia naturaleza y en el propio aparato reproductor femenino.
Podríamos lanzar nuestra imaginación y comenzar a pensar en el laboratorio como un lugar tan siniestro y lúgubre como el del Dr. Frankenstein, y podría verse así cuando sabemos que es un espacio en el que siempre hay una luz tenue (porque la luz puede ser deletérea para los embriones), un lugar donde hace frío (para favorecer el buen funcionamiento de todos los aparatos eléctricos del mismo) y donde hay una infinidad de luces de diferentes colores indicando las condiciones de temperatura de las superficies calefactadas, pH de medios, concentración de CO2, nitrógeno u oxígeno en los incubadores. Si a esto añadimos que debes entrar con una indumentaria especial, evitar el uso perfumes o lociones corporales, lo mínimo que podemos pensar es que se trata de un lugar extraño y, tirando de imaginación popular “a saber quiénes son estos y qué pueden estar haciendo ahí dentro”.
Pero lo cierto es que tanto los embriólogos como los ginecólogos que nos dedicamos a la medicina reproductiva somos gente normal, altamente cualificados científicamente y con habilidades profesionales específicas para poder trabajar en este campo y con un interés tan sano como procurar que nazcan individuos sin alguna enfermedad genética, que una pareja con dificultades manifiestas para poder conseguir un embarazo, o mujeres que por una u otra razón no tengan pareja masculina, puedan cumplir su deseo reproductivo.
Y este deseo y este trabajo es especialmente importante en países como el nuestro, donde la natalidad ha ido reduciéndose y la población está envejeciendo porque no nacen niños que permitan el recambio generacional.
Dra. Marita Espejo Catena
Directora Instituto FIVIR